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lunes, 11 de noviembre de 2013

Cuello Pálido (opalado)


Neck, By: OlgaC
La esposa

Veo. Veo…veo…el agua, helada, parece dividir tres mundos: La muerte, la vida, la inconsciencia, en tonos pálidos, flotantes, airosos.
Creo recordar palabras vagas de alguien que me susurró sobre la demencia, dividida entre los allegados a ella y los que convivían sin ella, estos segundos eran los privilegiados de vivir adecuadamente en la sociedad, en compañía, con miedo y cadenas (o a gusto, estoy seguro que existe quien realmente encuentra cómodo aquello); pero ahora… estoy seguro que soy incapaz de recordar su nombre, su cara o la intención de su frase, a mi mente sólo eran recurrentes sus palabras huecas, sin sentido y sin alma. Eran sólo letras en mi cerebro, ni siquiera llegaban a ser ideas o pensamientos, como una grabadora que reproduce, simplemente las recordaba con ociosidad de alguien que hace vagar su mente por puro capricho.
Sonreí enseñando la perfecta dentadura, mi mente es un caos, vaga por recuerdos hacia mucho olvidados, sentimientos sin pies ni cabeza, sin archivo o propósito…de alguna forma serenos, sin importar cuán violentos o intensos eran, no me movían ni un centímetro, cual persona que aún no acepta algo demasiado fuerte.
No, las personas, sin importar su condición siempre estaban lejos de ser simétricas, los pensamientos, caos y contradicción; no, incluso estaba lejos de ser eso, era algo más, algo que incluso yo no llegaba a entender, por eso podía seguir sosteniendo su cuello cubierto de ópalos sin culpa. Un concepto que se me escapaba como líquido, pues su género era transparente.
Me separa de la muerte el agua, fría, un tacto tan frío que me hace querer retroceder.
Allí estaba su cabello, castaño, ondulado. Flotando sin cuidado en la bañera. Con el cuarto de baño empapado por el desborde de la tina. Sí, la cerámica estaba empapada.
Su hermoso rostro, reposa, duerme con expresión tranquila entre mis manos.
El agua es limpia, clara. Reflejando con realidad el flujo de luz fuente en el techo. Por eso mis ojos se fijaban en ella, en su frialdad, en su claridad, en su transparencia casi humana, allí estaba el perfecto ejemplo de algo pensante, un líquido adaptable a cada recipiente, acuosidad sin voz… el agua, en otras palabras, humano.
Y el agua hacía que mi esposa reposara, mi amada era el agua, el fluido la mecía en sus protectoras manos, la protegía cual sarcófago de cristal bañado en rosas.
…Por eso dormía… ¿No?...
Un cuello pálido cubierto de ópalos brillantes, allí donde rozan mis yemas, aparece un ópalo, brillante. De alguna forma grotesco. Esparciendo razonamientos sobre lo vivo, lo muerto y lo inconsciente, sobre lo correcto e incorrecto, sobre la demencia y la cordura.
Ellos me miraban, me recriminaban, aquellos horribles ópalos en su cuello.

—Eso no tiene ni pies ni cabeza—Una sonrisa hueca, suave. Puedo oír mi solitaria voz esparcirse en eco por el baño, una voz rígida y susurrante.
—Nunca lo tuvo.
En quietud, siempre en quietud. Una mente colapsando. Una mirada fija en su cabello.
Párpado, esclerótica, pupila. Quietud. No quiero moverme… su belleza debería ser contemplada para siempre.
Con mucho cuidado, tomo su cabeza y la saco del agua, su cuerpo se mueve detrás de ella, sus ópalos relucen bajo la luz con brillos multicolores; pálida y dormida. Tranquila.
No es que quiera llorar, pero mis ojos se humedecen en medio de una expresión neutra y silenciosa. No es que quiera llorar, sólo me he liberado a mí mismo. Sólo eso, no es que lamente que haya muerto, que yo haya estrujado aquel cuello hasta la muerte.
No, no lo lamento.
Porque se tiende a amar lo olvidado e inalcanzable, el pasado, sólo por eso lloro, no por ella, lloro por mí mismo, por nadie más. Lloro por lo que había tardado tantos años en aparecer, lloro por mi esclavitud perdida. Mi libertad, mis cadenas rotas. Algo que llaman cordura, algo que no era cordura. Lloro por mi inconsciencia, mi muerte en vida, sólo por eso.
Pero, sin lugar a dudas, lo hermoso en aquello yaciente, era la facilidad con la que el agua dividía la vida, la inconsciencia y la muerte. Ella estaba muerta, yo estaba vivo, y el resto inconsciente.
Eso me volvía en un tipo increíblemente solitario. Pero, realmente no importa.
Ópalos en su pálido cuello, muestran de su muerte.
Yo río, ella quizá reiría, nosotros reímos.

domingo, 27 de octubre de 2013

Contraste y Danza


AsTheShadowsFall, By: Equador
Calírroe
Paso.
Un paso por aquí, un vuelo de una gabardina girando, un pie en cada línea de adoquín. Hojas flotando.
Un suspiro, una hoja otoñal danzando grácilmente con el viento mientras cae a morir en los adoquines. Ningún ojo se posa en ella, pero los míos si, en un instante ámbar se quiere observar la forma de desaparición y fugacidad.
Una paso por aquí, otro por allá, con las manos en los bolsillos mientras esquivaba grácilmente cada hombro, moviendo la espalda, la cabeza, la espina dorsal; como un baile contra corriente de suaves tonos entre la masa negra que iba a una sola dirección. Saqué las manos de los bolsillos y di otro giro, con las manos cubiertas de cuero, rocé un mechón de cabello. El caminante no volvió la mirada, ni yo sentí la textura, pero daba igual, eran las hebras de una máscara andante más, no era importante, por eso mis dedos podían deslizarse con aquella facilidad y despegarse de ellas para pegarse a una nueva cuando quisiera. Era olvidable.
Otro paso.
Otro giro.
Otro suspiro.
Otra máscara, es decir, otro civil. Sin rumbo, sólo caminando hacia delante, detrás de alguien más, siguiendo algo, pero sin seguirse así mismo. Sin hacer nada, sólo caminando y marchando patéticamente. Sin rostro, sin olor, sin aire.
Danza y otro giro.
Camina y otro paso, a ningún lugar.
Miré sin mucho interés la hora, intentando hacer que la cabeza viera a otro lado, pero no había tal salida, y por eso el sonido de mi mente susurrándome los minutos desapareció del mismo modo en el que apareció.
…Y me quedé quieto, percatándome que no se escuchaba ningún sonido en aquel lugar abarrotado de gente, sólo podía oír pensamientos desordenados, mi propia voz sin ser pronunciada, todas palabras en desorden, pero con tanto sentido como las que se hablaban, incluso, aquel caótico e inexistente eco parecía tener más sentido que las voces físicas a mi alrededor.
Miedo, soledad.
Oí (pensé) tantas palabras desordenadas que mi mente se empezaba a sofocar.
—Calírroe.
Una hermosa haya se alzaba en medio, rodeando adoquines malditos, esparciendo hojas otoñales cubiertas de naranja y rojo. Era bañada con delicadeza por haces de luz blancos; y las ropas, las ropas negras de los caminantes sin rostro no recibían nada de aquella luz.
Ni un solo rayo.
Ni un solo susurro.
Ni una sola hoja.
Una brisa helada, anunciando el otoño, es todo lo que les mece en su letargo.
Y al lado de aquel árbol, alguien más danzaba, sin que nadie repusiera en aquello. Cabello dorado rizado recogido en una suave coleta y ojos negros difusos, opuesta a mi apariencia oscura.
Tomaba los mechones de cabello de los caminantes sin cara entre sus manos desnudas, los contemplaba un momento y luego los soltaba negando con la cabeza tristemente, pero sin perder el aire de serenidad (esperanza) que le rodeaba. Un aire blanco y brillante.
¿Dónde he…?
Me quedé mirándole desde donde estaba, mientras los arropados de negro me empujaban, pues mi mirada iba opuesta a su camino.
Sentí unas garras que no existían en mi espalda, con un aliento pútrido susurrando a mi oído, sentí el aire pesado llenándome, pudriéndome, pero me quedé quieto, mirando en dirección al haya. Él (ella) (eso), sabía que aunque le ignoraba férreamente, su aire me llenaba los pulmones de su existencia, y el cerebro de sus palabras repetitivas y oscuras. Las uñas asquerosas y largas siempre lograban abrirme la piel y hacerla sangrar.
¿No te duelen las garras en la garganta? ¿Cómo si te arrastrara?
—No—una respuesta seca y mentirosa de mi parte, donde se podía escuchar por eco una risa que no existía.
Metí de nuevo las manos enguantadas en la gabardina, sintiendo los empujones en los hombros, bruscos, suaves, aquellos que los evitaban; había de todo tipo, pero de todas formas eran negros. Las ganas algunas veces desbordantes de arrancar las máscaras de los transeúntes se hacía presente, pero de inmediato recordaba que no había nada debajo, la propia máscara era el propio rostro de ellos.
O quizás no.
—Eco.
De todas formas, daba igual, no era necesario, sólo era un impulso, uno que seguía de cerca con los ojos, a la persona que estaba al lado del árbol, sufriendo por los de negro, algo que quizás no podía entender.
Me di la vuelta, con la esperanza de (no) volver a ver esa figura blanca preocupada. A mi lado eran visibles los picos de las máscaras de los Dottore Pest, sosteniendo bastones para golpear a las amenazas. Me ladee de nuevo entre los hombros, con la misma gracia de siempre, evitando este tipo de máscaras andantes dañinas.
Corrí mi cabello negro y oculté mis ojos amarillos, apreté mis manos con guantes y me cubrí del frío escondiendo mis dedos en los bolsillos de mi largo abrigo. Suspiré y empecé a andar, ocultando también mi rostro detrás de una bufanda gruesa, igual que el resto no quería ser herido, ni mucho menos alcanzado; nuestra diferencia, nuestras máscaras eran de diferente forma.
Arlequín, Pantalone, Polichinela, Doctor Balanzone, Escribano, Mattaccino, Colombina, Pierrot, Bauta, Moretta, Brighella, Capitan Scaramouche, Malos Dottore, Pulcinella, Zanni… Bauta, Dama, Gatto, Jestter, Moretta, Volto, Dottore Pest, Gnaga, Naso turco e incluso yo… un pobre Doppia face sin máscara, un antifaz perdido o destruido. Todos estábamos en nuestro propio desfile de máscaras.
Algo me tomó el brazo cuando di un paso hacía la marea, el cabello negro y largo se me movió del jalón, pude oír el tacto de la piel rozando la tela de mi gabardina.
—Sólo estás huyendo, Calírroe—fue una frase corta que me hizo colapsar, pero me quedé quieto, tragué, sintiendo algunas gotas de sudor cubriéndome la cara, los dedos, imaginé fríos, me apretaban el brazo deteniéndome. Mantuve la calma a pesar de que mil voces inexistentes me hablaban de planes, sentimientos y caos. Eran palabras reales, las primeras que había oído en mucho tiempo, por eso me preguntaba en lo más profundo si todo aquello no era más que sólo era un delirio mío.
Volví mi rostro a quien había halado mi brazo.
— ¿Calírroe? —escupí sin mucho cuidado y obvio tono nervioso. Volví mi rostro, pero aún una cortina de cabello cubriéndome la cara y un ojo amarillo velado. Sentí nerviosismo y un poco de ansiedad, era mi nombre, correcto, evité precipitarme, evité enloquecer bajo cualquier medio u opción, no era bueno, ni en un tanto. Los empujones ocasionales no ayudaban en medio de la muchedumbre a tranquilizarme
Era quien estaba al lado del árbol.
Las uñas ilusorias se volvieron a clavar en mi espalda y me susurraron palabras con aliento de muerte. Una voz inexistente hablándome al oído.
¿Por qué deberías confiar en esto? ¡Huye! …Te matará…
—Basta… deja de pensar como ellos— susurré en silencio a mí mismo, el tono fijo y cerrado, paranoico y desconectado se deslizó en forma de murmuro, y se perdía entre los sonidos de la masa.
Los rizos brillantes de su persona me miraron, pareciendo llamar mi atención de nuevo a tierra firme. No, su sola apariencia brillante llamaba a mis ojos y a mi lamentable y sombría presencia.
—Sí, Calírroe ¿No era ese su nombre? —Paró y sonrió abiertamente —Pensé que era un nombre de dama.
—…ah…—hice una especie de pausa perdido en mí mismo, luchando por salir de mi introversión, tragué saliva—…sí, lo es.
Moví los ojos hacia debajo de un lado a otro intentando evadir el tema, no era capaz de pensar en palabras adecuadas, ni siquiera había esperado que aquello ocurriera y aún no me había soltado de su abrazo forzado. Por alguna razón, parecía sonriente. Mi mente ligó el hecho del tacto y la atención a aquello, después de todo, ningún cabello ni su dueño se había posado en aquella existencia, a pesar de haberlas tocado con sus manos desnudas. Era de cierta forma cruel.
—Sí, Calírroe—en casi un discurso de lástima— ¿Quién eres?— fueron las palabras no pronunciadas seguidas de mi nombre que promulgue en mi mente.
Hubo un momento de silencio, donde me quedé viendo sus ojos negros difusos largo rato, estuve seguro que de igual manera estaba viendo los amarillos velados míos, tenía miedo, pero intenté aplacarlo, y justificarlo al hecho de que un desconocido me hablaba.
—Eco, es ese—me soltó el brazo, pero sujeto con sus dedos cálidos mi muñeca, tenías las uñas largas, que me rozaron despreocupadamente la piel, pensé que la rasgaría por un momento, pero no fue así, su filo estaba cerca, pero sólo como una advertencia.
— ¿Eh?... —estaba confundido, claro, no estaba acostumbrado al contacto directo, ni mucho menos a eso.
—Mi nombre—dijo con una especie de sonrisa cerrando los ojos, me jaló suavemente—Vamos—me empezó a llevar por el camino por el que iba a ir originalmente. Mi pecho sintió rechazo absoluto, miedo.
No me gustaba, pero no me podía deshacer del calor de sus manos jalando mi muñeca fría. Su repentina aparición y conocimiento me desconcertaba, hasta el punto del miedo, pero no podía escapar. Y parecía feliz… Mi mente se volcó en un sinfín de pensamientos paranoicos.
…Estaba siendo llevado sin cuidado por una mano desconocida.
— ¿”Desconocida”? Qué frívolo—la voz pareció cambiar a otro tono, uno más áspero y menos amable, y apretó mi muñeca con fuerza, sentí sus zarpas rompiendo y haciendo llorar mi piel.
…¿Mi mente?...
Estábamos en medio, de nuevo, de muchas capuchas negras y máscaras, caminando sin cuidado hacia adelante. No podía pedir ayuda, no había a quien, el miedo impedía que me moviera, e incluso, podía creer que si me movía, él lo sabría, oiría mi mente, de nuevo.
Acorralado, callejón sin salida. Te lo dije, te matará, fuiste su mancha y es normal que seas eliminado, el Eco blanco destruye su contraparte negra, uno de los dos debe morir, o ambos morirán; lo siento por ti, Calírroe, morirás sin pena ni gloria, sin siquiera ser recordado… ¿No? Muy tarde, eres la parte negra ahora. Y debes ser cortada.
Estaba detrás de mí, esos rizos estaban detrás de mí, rozando mis oídos. Ese aliento fresco, golpeando mi nuca y mi piel. Ese olor, el único olor en aquel lugar era… esa esencia. El único ser humano que allí existía… Eco, el blanco de nosotros dos. El peor miedo, la peor desesperación la sentí, y no me podía hacer nada, no me podía mover, no podía pedir ayuda, no podía luchar. Empecé a llorar, empapando mi cabello negros y mis ojos velados.
Sonrió… o eso creí, enseñando los dientes, y fue entonces, cuando oí en medio de la masa de máscaras arropadas de negro… un cuchillo desenfundándose, metal contra metal violó el silencio de aquel lugar, rompiendo, cortando el aire, clavándose en mi costilla.
Sangre.
 Sentí como el cuchillo bailaba hasta abrirse paso horizontalmente por toda la extensión.
—Bye bye.


Y desperté.
Un cuartucho gris. Abriendo los ojos negros con confusión me encontré en mi vacía habitación. El cuerpo lo sentía adormilado, pesado. Me levanté con violencia y miré compulsivamente mis manos, en busca de la sangre de Calírroe, pero no había nada, sólo estaban cubiertas de una fina capa de sudor perlado, no… eran mis manos las estaban cubiertas de un tono enfermizamente blanquecino.
Me palpé el rostro, incapaz de sentir sensación alguna en el cuerpo más allá de las manos, me encontré a mi mismo con el rostro empapado de líquido, respirando pesadamente.
La imagen de Calírroe muerto en medio de la calle resultaba asquerosa, e impensable, convulsionando en su propio charco de sangre, llorando, babeando, gimiendo y arrastrándose, ensuciando los adoquines de rojo hasta el haya. Ninguna máscara le había ayudado, todos mirándolo hasta morir. Rogando, gimoteando.
La sensación no se despegaba de mis manos, como si yo mismo le hubiera abierto el costado con el cuchillo que sostenía, deslizándolo por la carne; de hecho, las manos empapadas de sudor se me antojaban llenas de la sangre de aquel joven.
— ¿Calírroe…?
El nombre me parecía… increíblemente familiar, y en la espalda sentía la falta de un sentimiento inexistente. Más allá del nombre de aquel sujeto oscuro que había asesinado yo mismo en media plaza, rodeado de personas.
<< ¿Desconocido? Qué frívolo>>
—… ¿Lo conozco?...
Me exprimí los sesos, pero no saqué nada en claro, a demás de que Calírroe era un nombre de mujer, y por supuesto, el pobre imbécil asesinado era un hombre, lo que no tenía sentido, ni mucho menos pies o cabeza. Un hombre oscuro, parecido a los que transitaban la plaza, pero no era lo mismo, era distinto, pero de la misma tela. Había podido sentir su miedo plasmado cuando lo había jalado y…
No, no quería recordarlo. Era desagradable.
Salí de la cama, en mi cuartucho gris, limpié mi rostro con agua del lavatorio y me vestí, sin mucha prisa, a pesar de que era tarde.
La misma hora en la que Calírroe paseaba. La misma hora a la que murió.
—Eh… basta de eso… ¿No? —metí mis manos desnudas en los bolsillos de mi abrigo marrón, restándole importancia.
Paso.
Un paso por aquí, un vuelo de una gabardina girando, un pie en cada línea de adoquín. Hojas flotando.
Un suspiro, una hoja otoñal danzando grácilmente con el viento mientras cae a morir en los adoquines. Ningún ojo se posa en ella, pero los míos si, en un instante negro se quiere observar la forma de desaparición y fugacidad.
Di un giro encima de mi zapato de cuero.
Podía ver la calle abarrotada de personas, altas, bajas, delgadas, gordas, rubias, pelirrojas, morenas. Algunas caminaban, otras hablaban, otros vendían, otros trabajaban allí, dormían en las fuentes, charlaban por teléfono, comían.
Pero ninguno veía nada.
—No es cierto.
¿No parecen máscaras viendo sólo hacía adelante?
—No—sonreí amablemente mientras arrancaba una flor y la olía, intentando hacer que ella acaparara toda mi atención—eso es mentira.
Sí, variados pero de todas formas, lo mismo.
Sonreí, no necesitaba aquel sentimiento asqueroso en mi espalda, ni necesitaba la oscuridad de Calírroe.
¿No está detrás de ti?
—No, le maté para que no hiciera ello, por eso no hay que preocuparse de que las máscaras vuelvan—tiré la flor con un suspiro de mi mano, cayó en los adoquines de la plaza, su pequeña existencia cortada sólo por capricho.
Sentí cierto frío en la espalda, pero me negué a ver nada. No tenía interés en ello, ni quería recordarlo.
—Bye bye, Calírroe.